
Buscó paraísos perdidos, y si los encontró se perdió en ellos. Se lo jugó casi todo a una carta, la de su música y su desconsuelo, que muchas veces fueron lo mismo. Fue una sombra que podías cruzarte por las madrugadas desasosegadoras y en bancarrota de Malasaña, podías verle en cualquier chiringo echándose un trago y emborronando una servilleta, que luego sería otra obra maestra, de ésas que te ponían el corazón en un puño. Una de ésas madrugadas fue la última. Tenía 39. Aquel anochecer de noviembre nos hicimos viejos de repente. Bebimos hasta perder el control. Aquel día de noviembre, el futbolín de nuestra vida perdió otro titular. Sus canciones ahí, valen para un roto del alma, para un descosido de las entrañas. Desde el fondo del penúltimo bar tres versos vuelven a desmadejarnos el corazón: «He muerto y he resucitado. Con mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado»
Los Secretos, "Cambio de planes"
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