«En el jardín de infancia yo ya tenía algo. Era distinto a los demás, toda la vida he sido distinto». (Lennon)
Ese era el secreto. Que se parecía muy poco al común de los mortales. Y que era consciente de ello.

Su madre, Julia, fue como una tía que le visitaba con frecuencia. Fue ella quien le enseñó a amar la música de Elvis y quien le enseñó a tocar el banjo. También quien le compró su primera guitarra. Estaba escrito en el destino que el pequeño Lennon no sentiría demasiada simpatía por la autoridad: Julia murió atropellada por un policía borracho cuando él tenía 17 años. Para entonces, hacía poco más de un año que había conocido a un tal Paul McCartney, un chico que le presentaron en un concierto de The Quarrymen en Woolton, y que consiguió un hueco en el grupo porque su talento con la guitarra enseguida impresionó a John. También Paul había perdido a su madre poco antes, y los dos chicos aunaron su sensibilidad y sus dones para la música como vía de escape a su mundo interior. Hasta que el choque de los egos de ambos genios resultó insoportable. Ni contigo ni sin ti.
Fueron esos primeros años de niñez y juventud los que marcaron profundamente la personalidad del rebelde e inconformista que fue Lennon. El que tras actuar ante la reina en el Teatro Príncipe de Gales de Londres se atrevió a decir: «Los que estéis en los asientos más baratos aplaudid, los que estéis en lo más caros, haced sonar vuestras joyas»; al que no le gustaban los trajes que les diseñó Brian Epstein; el que escribió, cantó y se desnudó en contra de la guerra de Vietnam; el que se entregó a las drogas, al arte, a la poesía, a la protesta, a la imaginación...
Cuentan en Liverpool que, una semana antes de morir, John llamó a su tía Mimi y le dijo: «Ya está. Pronto volveré a casa. Y todo volverá a ser como siempre».
"A day in the life"
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