8/1/12

El espíritu rebelde e inconformista

«En el jardín de infancia yo ya tenía algo. Era distinto a los demás, toda la vida he sido distinto». (Lennon)



Ese era el secreto. Que se parecía muy poco al común de los mortales. Y que era consciente de ello.

John Lennon, como los otros 'beatles', perteneció a la generación de 'niños de la guerra' que crecieron en una Europa deprimida tras el fin de la segunda Guerra Mundial. Creció desde los cinco años a las faldas de su tía Mimi, después de que el divorcio de sus padres pusiera fin a una relación inexistente marcada por las continuas ausencias de él, marino. Tía Mimi intentaba poner en su vida el orden y la disciplina que requería la época, regañándole por trepar el muro para colarse al orfanato Strawberry Field; tirando a la papelera las poesías que escribía e intentando quitarle de la cabeza la idea de dedicarse a la música.
Su madre, Julia, fue como una tía que le visitaba con frecuencia. Fue ella quien le enseñó a amar la música de Elvis y quien le enseñó a tocar el banjo. También quien le compró su primera guitarra. Estaba escrito en el destino que el pequeño Lennon no sentiría demasiada simpatía por la autoridad: Julia murió atropellada por un policía borracho cuando él tenía 17 años. Para entonces, hacía poco más de un año que había conocido a un tal Paul McCartney, un chico que le presentaron en un concierto de The Quarrymen en Woolton, y que consiguió un hueco en el grupo porque su talento con la guitarra enseguida impresionó a John. También Paul había perdido a su madre poco antes, y los dos chicos aunaron su sensibilidad y sus dones para la música como vía de escape a su mundo interior. Hasta que el choque de los egos de ambos genios resultó insoportable. Ni contigo ni sin ti.

Fueron esos primeros años de niñez y juventud los que marcaron profundamente la personalidad del rebelde e inconformista que fue Lennon. El que tras actuar ante la reina en el Teatro Príncipe de Gales de Londres se atrevió a decir: «Los que estéis en los asientos más baratos aplaudid, los que estéis en lo más caros, haced sonar vuestras joyas»; al que no le gustaban los trajes que les diseñó Brian Epstein; el que escribió, cantó y se desnudó en contra de la guerra de Vietnam; el que se entregó a las drogas, al arte, a la poesía, a la protesta, a la imaginación...

Cuentan en Liverpool que, una semana antes de morir, John llamó a su tía Mimi y le dijo: «Ya está. Pronto volveré a casa. Y todo volverá a ser como siempre».


"A day in the life"

1/9/10

Enrique Urquijo

Cuando en la barra de tu bar (podía ser el Penta, la Vía, el Honky) ya ves demasiados vacíos a derecha e izquierda, cuando en el futbolín de tu vida hay demasiados muñecos rotos, sólo y sólo entonces te has hecho viejo. Enrique (sobre)vivía, escribía, componía y amaba con la frente marchita y los sentimientos en carne viva, los estribillos a flor de piel. Parecía que se dejaba las entrañas en cada estrofa, en cada verso, como si fuese a ser la última, cuando menos, la penúltima. Podía desaparecer en cualquier calleja oscura, en cualquier bareto de cualquier ciudad en mitad de una gira. Podía cundir el pánico (y a veces cundía) y olvidaba una, dos, tres letras. Era un compositor exigente, un músico minucioso, un buen colega, aunque de vez en cuando anduviese por las nubes, por sus nubes, tan parecidas a las del amigo Antonio Vega.

Buscó paraísos perdidos, y si los encontró se perdió en ellos. Se lo jugó casi todo a una carta, la de su música y su desconsuelo, que muchas veces fueron lo mismo. Fue una sombra que podías cruzarte por las madrugadas desasosegadoras y en bancarrota de Malasaña, podías verle en cualquier chiringo echándose un trago y emborronando una servilleta, que luego sería otra obra maestra, de ésas que te ponían el corazón en un puño. Una de ésas madrugadas fue la última. Tenía 39. Aquel anochecer de noviembre nos hicimos viejos de repente. Bebimos hasta perder el control. Aquel día de noviembre, el futbolín de nuestra vida perdió otro titular. Sus canciones ahí, valen para un roto del alma, para un descosido de las entrañas. Desde el fondo del penúltimo bar tres versos vuelven a desmadejarnos el corazón: «He muerto y he resucitado. Con mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado»


Los Secretos, "Cambio de planes"

4/7/10

Rock-Ola. El templo de la movida

Madrid, 10 de marzo de 1985. El reloj marca la una y media de la madrugada. Y se masca la tragedia: la fiesta de una discoteca se ve enturbiada por la presencia, a las puertas del local, de la banda de rockers conocida como Los franceses. Cuando uno de los elegantes mods sale a tomar el aire, llueven los insultos. Sus amigos no tardan en salir y las navajas hacen acto de presencia. La reyerta se salda con la muerte del rocker Demetrio Jesús Lefler, y el pánico se desata en los medios. El acontecimiento es la sentencia de muerte del Rock-Ola, la sala más emblemática de la movida madrileña: un mes más tarde de la pelea, una orden judicial decreta su cierre definitivo. El desgraciado final del Rock-Ola no logró empañar su leyenda. Fundada en el local que anteriormente había ocupado una guardería, la discoteca se había convertido en todo un referente del ocio madrileño. Atrás quedaban cuatro años de fiestas, desenfreno y explosión creativa; pero, ante todo, de diversión en pacífica convivencia entre quienes quisieran pasar por allí.

“Aquello era como la plaza del pueblo. Se juntaban punkis, hippies y hasta pijos del barrio de Salamanca”, recuerda Pepo Perandones, encargado de la programación de la sala, el diseño de carteles y la selección musical de Rock-Ola. “Al final de la noche, los barrenderos se tomaban una copa al lado de Almodóvar”, cuenta. Pepo, que trabajaba “mucho cobrando muy poco”, recuerda con cariño una sala en la que muchas cosas “se improvisaban sobre la marcha”, y en la que, ante todo, “se trabajaba con muchísima ilusión y energía”.

El eclecticismo era la seña de identidad de un local en el que se forjaron bandas como Nacha Pop, Los Secretos, Radio Futura o Alaska y los Pegamoides. Además, muchos de los grandes grupos internacionales de los ochenta pisaron su escenario. Desde Nick Cave o Spandau Ballet hasta Depeche Mode, Siouxie and the Banshees o Killing Joke.

La programación era verdaderamente potente”, recuerda Alaska, asidua a los conciertos de la discoteca. “Traían a las bandas que en aquel momento sonaban en Inglaterra”. Pepo coincide, aunque matiza: “En el Rock-Ola sonaba de todo. Y aunque eran las mismas canciones que sonaban en los 40 Principales, las poníamos seis meses antes de que llegaran a las radios”.

El Rock-Ola era un sitio cutre, como todos los bares importantes. Un lugar donde uno iba a drogarse, a escuchar buena música y a beber garrafón. Pero era el sitio al que había que ir: siempre pasaba algo interesante”, explica Chema Martín, de la editorial Amargor.

Hoy, poco queda de lo que en su día fue el Rock-Ola. En el local de la calle Padre Xifré número 5, cerrado desde hace años, los grafitis rodean el letrero de “se alquilan trasteros”. Ajenos a lo que fue, los viandantes pasan ante su puerta con indiferencia. Pero algunos no olvidan. “Aquí estaba Rock-Ola”, recuerda un vecino con gesto nostálgico señalando el destartalado local. Y, en cierto modo, algo de su esencia permanece inalterable. Aunque sólo sea en forma de canciones inmortales.


Fuente: Megustamadrid



18/11/09

Eduardo Benavente

Comienza tocando en Plástico y Prisma, y después en Escaparates. Con su aspecto tequilesco de ropa de colores, un día acompaña a su compañero Toti Árboles, a una prueba para los Pegamoides en las que buscan batería. Cuando ve a Ana Curra, siente un flechazo y supo que tenía que entrar en el grupo como fuese. Le aceptan y se convierte en miembro de Pegamoides, adaptándose rápidamente y demostrando ser el mejor rompebaquetas que han tenido desde los inicios. Él, un seductor nato, sale con Ana más adelante, pero primero seduce a Olvido Gara "Alaska". Tras coincidir en una actuación con el grupo británico Mo-Dettes, tiene una aventura con la vocalista, y pegado a su minifalda, la sigue a Londres. Allí descubre la música siniestra, queda fascinado y se compra ropa y discos. Deja atrás su estética tequilesca, y va evolucionando hacia lo oscuro. Vuelve a España totalmente cambiado, y las canciones que tocan Los Pegamoides ya no le llenan. Desde el principio ya empieza a chocar con Carlos Berlanga, ya que Berlanga sueña en ser un glamuroso Brian Ferry y él en un vampiro post-moderno. Eduardo se cansa del pop que hacen, y el deseo de experimentar con sonidos más oscuros, le llevan a crear Parálisis Permanente, junto a Nacho y Johnny Canut, y su hermano Javier. Hacen su primer concierto en la sala Jardín ese mismo año. Su sonido es tenebroso, lleno de referencias enfermizas y necrófilas. Es con Gabinete Caligari con quienes comparten su primer EP, que incluye la célebre "Autosuficiencia". Mientras, Eduardo sigue tocando también en Pegamoides. Una noche, acompaña a Ana Curra a su casa, y ahí empiezan una relación. Tras la salida de su segundo Ep "Quiero ser santa", su hermano Javier y Nacho Canut abandonan Parálisis, y Eduardo se convierte en el indiscutible líder de la formación, que acabó compuesta por el bajo Rafa Balmaseda, el guitarra Toti Árboles, el batería Johnny Canut y Ana Curra en los teclados. Los Pegamoides se disuelven por diversas razones, así que Benavente se centra en cuerpo y alma en Parálisis Permanente, convirtiéndose en puntas de lanza de la vertiente siniestra del punk que comenzaba a desembarcar en el Madrid de principios de los 80s.

"Lo suyo ni era un chiste ni una performance. Eduardo era auténtico, no un esnob. Pensaba que el punk significaba realmente un estilo de vida y lo asumía con todas sus consecuencias. Para él, era una opción estética, pero también ética. Tenía mucho carisma y era alguien muy puro. Concitaba más respeto que otras personas". (F. Márquez, "el Zurdo")

"Eduardo era un tío que me caía muy bien, tenía un gran carisma. Para mí, Eduardo Benavente es el Eddy Cochran español, y era la persona del ambiente madrileño que estaba más cercana a nosotros. Tenía un poso muy rockero, era muy arrogante. Cuando terminamos de mezclar el disco, murió, y teníamos un tema que se llamaba “Accidente de circulación”. Fue una canción que nos cayó como una bomba, fue muy fuerte. Recuerdo perfectamente el día en que murió. Estábamos en Madrid, en casa de Esteban Torralva, nuestro mánager de entonces, con los Parálisis que quedaban y escuchar ese tema ponía la carne de gallina. (...) Era una persona con talento y era distinto. Siempre que venía a Barcelona nos llamaba, su muerte fue muy dura." (Loquillo)

El 14 de Mayo de 1983, volviendo de un concierto de León rumbo a un festival en Zaragoza, el Seat que conduce Ana Curra se sale de la carretera por un reventón en medio de la lluvia, dando varias vueltas de campana, a la altura de la localidad riojana de Alfaro. Ese accidente se lleva la vida de Eduardo Benavente con sólo veinte años de edad y con un alma creativa en plena ebullición. Benditos sean los muertos que se lleva la lluvia



Entrevista en "La Edad de Oro" y "Quiero ser santa"

1/10/09

Montmartre en los tiempos de Utrillo


El alcohólico Maurice Utrillo (1883-1955) se convirtió poco a poco en el más famoso pintor de la vida de Montmartre, con unas 6000 telas donde plasmó en ambientes de bruma onírica escalinatas, calles, parques, cafés y casitas típicas de la turística colina habitada por los más famosos pintores de la Escuela de París. Era hijo de Suzanne Valadon (1865-1938), bellísima y muy humilde muchacha que se inicio a los 15 años trabajando de modelo desnuda y amante de impresionistas como Edgar Degas, Jean Renoir, Puvis de Chabannes y Toulouse Lautrec. Luego se volvió una de las pintoras más notables de su tiempo con una obra escasa pero admirable por su precisión e intensidad. Mujer fatal, disoluta, erotómana insaciable, y además gran artista. Montmartre era en ese entonces una colina alta situada al norte de la ciudad, cuyo ambiente publerino y popular atraía a obreros, artesanos y artistas que pagaban allí bajos alquileres por sus talleres y buhardillas. En la parte baja estaban los burdeles y cabarets de Pigalle inmortalizados por Toulouse Lautrec y en la parte alta el refugio de bohemios, maleantes, prostitutas, artistas y poetas, que se recuperaban allí de la resaca de la fiesta. El joven Picasso, Van Dongen, Braque, Modigliani y muchos otros, vivieron allí en un ambiente de rumba en la primera y segunda décadas del siglo XX, junto a antros ya míticos como El Lapin Agile y el Moulin de la Gallette. Cuando esos artistas pobres y borrachines se volvieron todos famosos y millonarios, el mito de Montmartre creció tanto que hoy los turistas visitan en romería incesante la plaza de Tertre donde pintores de boina, paleta y pincel al aire retratan los visitantes por unos cuantos euros. El lugar guarda su encanto con sus callejuelas empinadas y rincones bucólicos desde donde se observa al fondo la urbe luminosa. Y aunque ahora sólo pueden comprar allí propiedades los millonarios del mundo atraídos por un filme como Amelie Poulain, el lugar conmueve porque fue centro de la gran aventura artística encabezada por el genial Pablo Picasso.

Utrillo, a quien llamaban « litrillo » por su beodez, vivió traumatizado desde la infancia. Su madre no tenía mucho tiempo para él, nunca supo quien fue su padre y tuvo el apellido Utrillo gracias a un artista catalán que, siendo amante de su madre, se ofreció a reconocerlo. Desde muy temprano fue internado en asilos para desintoxicarse y pagaba las cuentas de bar haciendo cuadros rápidos de calles, parques y esquinas de barrio. Nadie lo tomaba en serio, y para acabar de arreglar el cuadro, su madre Suzanne se enamoró de su mejor amigo, Utter, veinte años menor que la modelo de Degas. Gracias a Utter, madre e hijo establecieron contactos con el medio comprador y el hombre se convirtió en el administrador de esos dos talentos malogrados durante los largos y felices años de entreguerras. Poco a poco los cuadros de Utrillo gustaron por sus ambientes misteriosos cargados de bruma que llegaban al alma del público. Sus cuadros se vendían como pan caliente y aunque al final la calidad de Utrrillo se derrumbó, se volvió una celebridad visitada por Rita Hayworth y el Aga Khan. Utrillo triunfó, y la ciudad lo lloró cuando murió en 1955 convertido en una leyenda cargada de medallas y honores.

Sus obras se volvieron un fenómeno de sociedad y ellos solos encarnaron en pareja el mito figurativo de Montmartre que aún hoy fascina a los turistas. El cuerpo desnudo y adolescente de Suzanne Valadon, que enloqueció de amor al músico Erick Satie y a otros muchos de su época, puede verse en el famoso cuadro de Degas «Después del baño» y en una foto color sepia que él le tomó para plasmar su desnudez. Valadon será experta en desnudos luminosos y coloridos de gran factura, expuestos al lado de los impersonales ambientes de su hijo. Murió alcohólica y según la leyenda, subía clochards y maleantes a su cama en la casa de rica de la avenida Junot, en Montmartre, donde terminó sus días lejos de su hijo, un Mauricio Utrillo ya elegante, casado, estable y millonario, que se extinguió a su vez en paz en una mansión del elegante suburbio de Le Vesinet, donde pintaba en pijama con sus profundos ojos azules y su rostro arrugado de empedernido fumador.


Por Eduardo Garcia Aguilar

14/5/09

Siempre contigo...

En su corazón era donde Antonio mojaba su pluma. Una pluma que escribía desde la soledad, en esos momentos de sublime clarividencia cuando el dolor proporcionaba las palabras necesarias para alejar al monstruo. Se desnudaba sin caer en la blandura, aceleraba sin renunciar a su sensibilidad. Irrepetible como artista y como persona. Se apagó la voz más importante de la generación de la movida madrileña, el alma del pop español. Un artesano minucioso, un artista hipersensitivo que, bendito sea, no puede ser otra cosa que lo que es. Un poeta. Hasta donde mi corazón se quiebra..... GRACIAS.



29/3/09

Bares legendarios del Madrid de los 80

EL PENTAGRAMA


Es el bar con mas historia de Malasaña. Su momento más glorioso coincidió con la movida, cuando muchos músicos de los que se acercaban a tocar en El Sol, se tomaban unas copas en este local y en La Vía.


Por Nacho Béjar

... y luego por la noche, al Penta iban llegando muchos de los personajes que aparecen hoy en la orla que retrata la promoción que sacudió culturalmente esta ciudad a principios de los ochenta.

Para mucho gente el Penta es conocido o famoso, por ser citado en uno de los más importantes himnos del pop español: Chica de Ayer (Nacha Pop 1980). Pero el hecho de que aparezca nombrado, prueba que aquél era ya un sitio conocido. Lejos de ser sólo un bar de músicos, el Penta actuó como un imán para todo aquél que sentía algún tipo de inquietud creativa: pintura, literatura, fotografía, cine, radio, televisión, etc. Ese fue sin duda uno de los factores que posibilitó y facilitó la expansión y el desarrollo de la enorme ola que cambió para siempre el estático y pálido aspecto que la cultura madrileña ofrecía en ese momento. La comunicación e interrelación entre artistas y divulgadores realimentó y amplificó la obra de los creadores, y el Penta fue uno de los locales donde se produjo ese encuentro. Algo mágico había en aquel bar.

Hoy han pasado 25 años desde que el Pentagrama abriera sus puertas. El interior del local no tiene nada que ver con lo que fue. Ha cambiado de dueños en un par de ocasiones y nadie de los que vivieron aquellos años sigue detrás de las barras. Solo algunas fotos y varios cuadros repletos de entradas de míticos conciertos certifican la solera del local. Pero hay algo más. De alguna forma misteriosa, el espirítu de El Penta ha sido mantenido y transmitido de dueño a dueño, de una generación a otra. Como el secreto que guarda la fórmula de algo artesanal. Muchos de los antiguos clientes dirigen hoy la cultura de este país. Para los que visitan el bar después de muchos años, puede que el local no les resulte conocido, pero la música que resonó en aquellas paredes sigue vibrando como una reverberación interminable. Y si cierras los ojos y escuchas las canciones que hoy mueven el aire del local puedes viajar instantáneamente veinticinco años atrás y recuperar aquella atmósfera. Me sigue gustando la discoteca del Penta. Es cierto que en el fin de semana suena cualquier Hit con fecha de caducidad, pero se sigue poniendo buen pop. Pop británico, pop americano, pop español....mucho pop.

El Penta es como los aeropuertos, nunca cierra, y entre semana tiene un tránsito ligero que permite descubrir con total tranquilidad la esencia de este local: Graham Parker, The Romantics, Any Trouble, Phil Seymour, The Records, Elvis Costello, Marshall Crenshaw, The Stranglers, Bob Seger.....todos ellos están allí cada noche.

Hoy me dejaré caer por allí, saludaré al portero al entrar, adaptaré mis ojos a la luz y alzaré mi copa para brindar por veinticinco años más.


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SALA EL SOL


Fundada en 1979, en plena transición política en España, esta sala de conciertos supuso la lanzadera para muchos grupos hoy consagrados del panorama nacional. Está ubicada en el centro de Madrid, a pocos metros de la Puerta del Sol. Ha sido club de referencia para la movida madrileña y eje de la modernidad de la época. Hoy como ayer, El Sol continua fiel a su filosofía que la hizo poseedora de la confianza de todos los aficionados a la música.Servando Carballar, de Aviador Dro, recuerda hoy precisamente con especial cariño los conciertos de Alaska y los Pegamoides de esta sala. "Te encontrabas a los amigos, cotilleabas y veías a Olvido, Carlos, Nacho, Ana Curra... Era genial. También los conciertos de La Mode eran espectaculares". "El Sol fue una de las primeras salas donde actuamos en Madrid, junto a El Jardín, El Escalón... También era uno de los locales mejor preparados y siempre tuvimos un público muy dispuesto. Tocar en El Sol constituía una parte más de la Movida, tenía su glamour. Es significativo que hayan sobrevivido como sala. Es realmente difícil en esta ciudad".

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ROCK-OLA


Mítica sala que desde comienzos de la década de los 80 sirvió como crisol de una subcultura juvenil que desde un tiempo atrás permanecía dispersa y sin referencias claras. Rock-ola, sita en la calle Padre Xifré, 1, metro Cartagena (hoy convertida en un establecimiento comercial relacionado con la automovilística) fue un emblemático lugar donde convergían todo tipo de manifestaciones culturales, aunque la música ocupaba un plano primario. Por Rock-ola pasaron cientos o miles de grupos nacionales. Nacha Pop, Alaska, Los Secretos, Ramoncín, Loquillo, Glutamato ye-ye, Rubi y Los Casinos o Gabinete Caligari habían realizado allí sus primeros conciertos. Aunque también había acogida actuaciones internacionales como Simple Minds o Depeche Mode. En esta sala emblemática y pionera no sólo se daban conciertos, sino que también se mostraban exposiciones de arte y moda, se hacían actuaciones humorísticas y teatrales, se organizaban concursos y también funcionaba como una discoteca donde poder bailar este tipo de música, lo cual no era muy habitual en aquellos tiempos. Era el punto de encuentro obligado de todas las tribus urbanas, sobre todo de la "postmodernidad". Estar en Rock-Ola era como estar en el arca de Noé; la mezcla de rockers, mods, punkis, tecnos, nuevos románticos, todos apiñados y encantados, era algo bíblico. Parecía como si en exterior estuviera el diluvio universal y lo de dentro sirviera para perpetuar la especie.

La bomba explotó en el verano del 85, cuando en una pelea un mod asestó un navajazo a un rocker acabando con su vida, a las mismas puertas del Rock-Ola. Por ello la sala tuvo que cerrar sus puertas indefinidamente por orden judicial.


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LA VÍA LÁCTEA:


Otro garito legendario en Malasaña es La Vía Láctea. Desde 1979 ha sido el fondo en el que todo figurín del mundillo alternativo -especialmente en los primeros ochenta- quería hacerse la foto. Almodóvar, Moncho Alpuente, García-Alix o Ceesepe se las tomaban allí, rodeados por imágenes de las viejas estrellas de Hollywood o reproducciones psicodélicas de, la Capilla Sixtina pintadas por Las Costus o Moncho Algora. Ácratas, libertarios, y aspirantes a artistas hacían cola para entrar. La que fuera una antigua carbonería se convirtió en uno de los templos de la modernidad. López Artiga se muestra modesto al recordar esa época: "Madrid era un desierto; había unas 60 personas que se movían, seis garitos, dos revistas y cuatro programas de radio. Todo muy deslavazado. La Vía les vino de perlas como punto de encuentro".

En la actualidad, mantiene el mismo espíritu que en sus orígenes, aunque la música, aparte del pop, también ponen rockabilly, rock'n'roll, soul, latin jazz. En fin, muy variado. La decoración completamente ochentena permanece dándole carácter y personalidad. La clientela sigue siendo de lo más diversa y variopinta.